miércoles, 20 de octubre de 2010

¿Comenzó como una broma?


La II Guerra Mundial empezó como una broma


La Sociedad Paneuropea de Historiadores ha emitido esta mañana un comunicado en el que revela la aparición de nuevos datos que permiten reinterpretar el inicio de la Segunda Guerra Mundial. “Descubrimos unos papeles del Jefe del Alto Mando Alemán, Wilhelm Keitel, en los que él mismo asegura que si Alemania invade Polonia es sólo por la crema fría de remolacha. Esto nos llamó mucho la atención como historiadores, así que fuimos tirando del hilo y nos dimos cuenta de que en 1938, e incluso a principios del año siguiente, el clima político germánico estaba invadido por el cachondeo. Un cachondeo que se les fue a todos de las manos”, explica el doctor Robert Macks, responsable de la investigación. 

Según parece, el propio Hitler llegó a justificar en público la anexión a Austria alegando que “están todos muy callados por aquella zona” y propuso firmar el Pacto de Munich “con tinta de calamar”. Al ver que los movimientos de los alemanes eran tomados como una afrenta por las fuerzas aliadas, el Führer aseguró a los franceses que “estamos todos de vacile”, pero por aquel entonces ya era demasiado tarde.

Esto no tenía que ir más allá de una simple guerra de disfraces”, reconoce Wilhelm Keitel en sus escritos personales cuando el conflicto bélico ya va tomando cuerpo irremediablemente. Hitler, sin embargo, parecía ajeno a las dimensiones que estaba adquiriendo todo aquello e insistía en invadir Dinamarca “y obligarles a construir una caja enorme llena de galletas de mantequilla”. Mientras las tropas del Reino Unido desembarcaban en Noruega, Hitler proponía a los soviéticos que se hicieran fuertes en Finlandia y situaran los puestos de mando “en algún restaurante de la zona que esté bien”.

Los alemanes no fueron del todo conscientes de que la cosa iba en serio hasta el 10 de mayo de 1940, momento en el que se declara por terminada la Guerra de Broma. Sus tropas invaden entonces Luxemburgo, Bélgica, los Países Bajos y Francia con el pretexto de que “no se puede convivir con gente que no capta la ironía”, en palabras del Führer. Según el historiador Joseph Mingle, “el conflicto tuvo efectos devastadores y, por lo tanto, a toro pasado resulta evidente que todas aquellas chanzas no tenían ni la más mínima gracia”.

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